A MI MAMITA
CUENTO
By// Damelys María Martínez Rosillo
Melita le escribe una carta a su mamita Inocencia, y la llama por teléfono para leérsela. Marca el número de su casa en Maturín. Su madre tiene 82 años, y es una anciana muy inteligente, despierta, amorosa y rozagante. Su cabellera dorada y rubia, con rizos fuertes y gruesos, le dan una belleza europea, de las antiguas tribus normandas. Melita la ama con toda su alma, y se lo dice cada vez que la llama. Ella, le habla de Jesús, y le dice que el Señor la ama.
Su madre no fue a la escuela, pero educó a once hijos, todos estudiaron y se graduaron. Inocencia oye el teléfono y sale corriendo a atenderlo. ¡Ajá! ¿Quién es? Pregunta. Melita le responde y le dice: ¡Soy yo, mamita!¿Cómo estás? Ella, le dice: ¡Bien, bien! e inicia una charla larga contándole los pormenores de su vivir diario. ¡Le acabo de poner unos cambures a los pájaros!Le dice a su hija. Melita se ríe, y le dice ¡Mamita! ¡Te felicito por el día de la madre! Su madre le responde ¡Gracias!Cuándo vienes?Melita, se encoge de hombres y le responde ¡Un día de éstos te visitaré! Te voy a leer una carta que escribí para ti.
Querida Madre. Amada flor de mis días, hoy, te regalo una canción, para que sientas que te extraño con toda mi alma. Anhelo mirar esos cabellos dorados y esa piel fina y blanca, traída desde lejos. Tus ojos verdes o grises azulados, tus manos que tantos cuidos me prodigaron. Estás a dos horas de mí, ése mi consuelo, ayudados por el hilo telefónico oramos una sencilla oración, conversamos, ahora te hablo de mi Señor, y un Espíritu Santo Verdadero. Eres mi madre y amiga, amada Inocencia.
Hoy, tomo la Prosa Poética en mis labios para decirte lo que siente mi corazón.
¡Te amo, Madre!
Me has enseñado que los luchadores somos triunfadores.Me enseñaste que el camino de la fe es provechoso cuando creemos que todo es posible sí puedes creer.
Me enseñaste a no rendirme jamás, a luchar con el estómago vacío, por no tener un pan. A luchar en la abundancia y en la escasez. Nos preparaste para el devenir, enfrentando los retos del hoy y del ayer. Tu motivación nos llevó a ser los mejores de la comarca. Nos decías, que sí visitábamos una casa, y nos ofrecían pan, dijéramos que ya habíamos comido, que nos fuéramos del lugar, porque en las casas ajenas, molestan a los demás. Me hiciste creer en mí misma, y a pensar que todo estaría bien. Me hiciste creer que los estudios están primero que el placer.
Trepé por los grandes riscos, sin mirar atrás, sin miedo al vacío existencial. Mi inocencia la mantuve, gracias a ti, madre.
Inocencia, como tu bello nombre. Mi alma agradecida promueve el amor a Dios, ése que nos enseñaste, en la casa humilde, cuando Perucho nos dejó, para irse a la otra vida.
Ése amor que nos arropaba, cuando hacías la gran arepa, y la dividías en siete pedazos, con tus escasos conocimientos de lógica-matemática, nos mostrabas la teoría de la suma, resta, multiplicación y división, de los pares que se juntan para tener amor y sueños, de la raíz cuadrada, del seno y el coseno. Los untabas con mantequilla, y un poco de café claro para estimular el pensamiento de unos adolescentes en crecimiento necesitan, en la mesa de la cocina.
Hoy, madre amada, siento tanto amor por ese amor y mimo que me dabas, al atender mis llamados, de hija cuarta. Somos seis, hijos tuyos, ahora somos hijos del Gran Dios del Cielo, los otros cinco del anterior matrimonio de tu esposo.
Sin tener conocimientos de psicología, nos enseñabas que el mejor camino es caminar hacia la motivación de la vida, que los logros se alcanzan en la medida que pensamos, son reales y se proyectan como las redes cibernéticas in crescendo.
Cuando buscabas la correa para darme unos cuerazos, era mi corrección.
Era una niña que hacia travesuras, hoy mujer todavía las hago. Ahora, el Espíritu Santo me corrige, salí de tu parentela, amada madre.
Me hice mujer. Siendo niña, aquel día que menstrué por vez primera, sentí miedo, decírtelo. Fue un trauma doloroso, dejar de ser niña y usar aquellas toallas tan grandes en mi interior. Me enseñaste del aseo personal y del cuidado de la mujer.
No sabía nada de la vida cuando salí de casa. Salí en victoria, con el título en la mano a servir a mi país, Venezuela. Hoy, sirvo al Dios Vivo, a mi Señor Jesús, a mi familia. Cuando llevé a mi novio, él que sería mi esposo, te lo presenté, me aconsejabas cuando reñía con él. Hoy, ya no está, a ambas nos dolió su partida. ¡Te amo, mamita!
¡Y, soy feliz, deseo que también lo seas!
¡GLORIA A DIOS!
Ciudad Guayana, 14 de Mayo, de 2017
Hora 10:20 A.m
Querida Madre. Amada flor de mis días, hoy, te regalo una canción, para que sientas que te extraño con toda mi alma. Anhelo mirar esos cabellos dorados y esa piel fina y blanca, traída desde lejos. Tus ojos verdes o grises azulados, tus manos que tantos cuidos me prodigaron. Estás a dos horas de mí, ése mi consuelo, ayudados por el hilo telefónico oramos una sencilla oración, conversamos, ahora te hablo de mi Señor, y un Espíritu Santo Verdadero. Eres mi madre y amiga, amada Inocencia.
Hoy, tomo la Prosa Poética en mis labios para decirte lo que siente mi corazón.
¡Te amo, Madre!
Me has enseñado que los luchadores somos triunfadores.Me enseñaste que el camino de la fe es provechoso cuando creemos que todo es posible sí puedes creer.
Me enseñaste a no rendirme jamás, a luchar con el estómago vacío, por no tener un pan. A luchar en la abundancia y en la escasez. Nos preparaste para el devenir, enfrentando los retos del hoy y del ayer. Tu motivación nos llevó a ser los mejores de la comarca. Nos decías, que sí visitábamos una casa, y nos ofrecían pan, dijéramos que ya habíamos comido, que nos fuéramos del lugar, porque en las casas ajenas, molestan a los demás. Me hiciste creer en mí misma, y a pensar que todo estaría bien. Me hiciste creer que los estudios están primero que el placer.
Trepé por los grandes riscos, sin mirar atrás, sin miedo al vacío existencial. Mi inocencia la mantuve, gracias a ti, madre.
Inocencia, como tu bello nombre. Mi alma agradecida promueve el amor a Dios, ése que nos enseñaste, en la casa humilde, cuando Perucho nos dejó, para irse a la otra vida.
Ése amor que nos arropaba, cuando hacías la gran arepa, y la dividías en siete pedazos, con tus escasos conocimientos de lógica-matemática, nos mostrabas la teoría de la suma, resta, multiplicación y división, de los pares que se juntan para tener amor y sueños, de la raíz cuadrada, del seno y el coseno. Los untabas con mantequilla, y un poco de café claro para estimular el pensamiento de unos adolescentes en crecimiento necesitan, en la mesa de la cocina.
Hoy, madre amada, siento tanto amor por ese amor y mimo que me dabas, al atender mis llamados, de hija cuarta. Somos seis, hijos tuyos, ahora somos hijos del Gran Dios del Cielo, los otros cinco del anterior matrimonio de tu esposo.
Sin tener conocimientos de psicología, nos enseñabas que el mejor camino es caminar hacia la motivación de la vida, que los logros se alcanzan en la medida que pensamos, son reales y se proyectan como las redes cibernéticas in crescendo.
Cuando buscabas la correa para darme unos cuerazos, era mi corrección.
Era una niña que hacia travesuras, hoy mujer todavía las hago. Ahora, el Espíritu Santo me corrige, salí de tu parentela, amada madre.
Me hice mujer. Siendo niña, aquel día que menstrué por vez primera, sentí miedo, decírtelo. Fue un trauma doloroso, dejar de ser niña y usar aquellas toallas tan grandes en mi interior. Me enseñaste del aseo personal y del cuidado de la mujer.
No sabía nada de la vida cuando salí de casa. Salí en victoria, con el título en la mano a servir a mi país, Venezuela. Hoy, sirvo al Dios Vivo, a mi Señor Jesús, a mi familia. Cuando llevé a mi novio, él que sería mi esposo, te lo presenté, me aconsejabas cuando reñía con él. Hoy, ya no está, a ambas nos dolió su partida. ¡Te amo, mamita!
¡Y, soy feliz, deseo que también lo seas!
¡GLORIA A DIOS!
Ciudad Guayana, 14 de Mayo, de 2017
Hora 10:20 A.m
No hay comentarios:
Publicar un comentario