BY// DAMELYS MARÍA MARTÍNEZ ROSILLO |
En uno de mis viajes a la capital, Caracas, invitada al congreso pedagógico de Ponencias nacionales de Fe y Alegría, después de compartir el desayuno con algunas compañeras del evento, Mariela, Sabrina, Lorena y Sofía, les comenté que me tenía que regresar a Ciudad Guayana porque un familiar se había sentido mal, nos retiramos de la mesa, me despedí de las personas que estaban allí y me dirigí a tomar un taxi, que me llevaría al aeropuerto, rumbo a la Guaira, a 45 minutos de la Universidad Andrés Bello.
Mientras duró el viaje iba observando el panorama, el paisaje, una lluvia tenue salpicaba el automóvil, las personas caminaban presurosas por llegar a sus sitios de trabajo, hacían largas colas en las avenidas para tomar el bus, otras se dirigían al subterráneo para montarse en el metro que los llevaría al otro lado de la ciudad.
Y así la cinta asfáltica quedaba atrás y la variedad de paisajismos urbanos adornaban las orillas de la carretera, a lo lejos se veía, el Avila, como un soldado montando guardia, verde claro, verde oscuro, sombreado por nubes grises, a punto de romperse y desprenderse, el torrencial aguacero que limpiaría un poco el clima, suavizando el calor propio de la cercanía de las lluvias.
El aeropuerto ya se vislumbraba, solo quedaba una cuadra para llegar hasta él, el chofer se acomodó de manera que cruzara la calle sin peligros, luego que le pagué la carrera hasta allí, 160 bs. En mi monedero, sólo me quedaban 12 bolívares y las tarjetas de crédito y la de débito. Pensé, cuando llegue al aeropuerto, sacaré del cajero, para pagar la tasa de salida y el taxi, hasta la casa.
Caminé hasta el cajero automático, e inserté la tarjeta, por dos ocasiones, y no pude retirar el efectivo, y si la volvía a meter, se iba a anular la clave, por lo que me dirigí a la taquilla para hablarle a la joven que vendía las tasas de salida, que sólo me quedaban 12 bs. y ella me respondió que no podía hacer nada, así que le volví a insistir para que me aceptará el dinero incompleto, ya que la tasa costaba 32 bolívares, ella me volvió a responder que no podía hacer nada, en eso iba llegando un joven con un bolso deportivo rojo, de una conocida marca mundial, escuchó la negativa de la señorita de la taquilla y preguntó, ¿cuánto le falta?, yo le respondí 20 Bs. y el sacó la cartera y me dió el dinero un billete rosado, hermoso, nuevo, brillante, yo me quedé boquiabierta, minutos antes, había estado orando y pidiéndole a Dios, ver a una persona conocida, para pedirle el dinero.
Le dí las gracias al hermoso joven rubio, de estatura mediana, robusto y figura atlética, por lo que, agradecí ese gesto con una sonrisa y un ¡Gracias, joven!, que Dios te bendiga. Pagué la tasa y logré entrar a la parte interna del aeropuerto, muy contenta y un poco más relajada por ese tremendo regalo que me había hecho Papá Dios.
Al rato, embarcaba en el vuelo de regreso a casa, con un gesto de amor hacia ese joven rubio que me había hecho tan grande favor, y, volví a orar para agradecer nuevamente a Dios por facilitarme el regreso a mi ciudad.
BY// DAMELYS MARÍA MARTÍNEZ ROSILLO |
Valores en el cuento.
1. Fe en Dios.
2. Solidaridad.
3. Agradecimiento.
4. Respeto.