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martes, 24 de diciembre de 2013

UN CUENTO DE NAVIDAD by//DAmelysMaríaMartínezRosillo


JESÚS Y SU ABUELO JACOBITO
UN CUENTO DE NAVIDAD
By//DamelysMaríaMartínezRosillo

Jacob es un anciano que vive en Nazaret. Su sabiduría es hermosa, todos sus nietos lo llaman "papa bue", pero, su último nieto, Jesús, lo llama "abuelito Jacobito", por esa razón, Don Jacob, guarda un aprecio profundo hacia él y le enseña a vivir para la vida. Los niños a la hora de la cena, se sientan en una larga mesa alumbrada con siete velas hermosas que nunca se apagan, siempre están encendidas con un tenue olor a mirra e incienso silvestre.

La familia disfruta cobijada bajo el suave calor que brota de la chimenea, ubicada en el gran salón de la casa, hecha con barro de arcilla rojiza, contrastando con el blanco perla de las paredes. Comen entre grandes anécdotas relatadas por José y Jacob. Los niños oyen atentamente las historias, mientras los pequeños bocados deleitan sus paladares con carne asada en vara, y vegetales horneados en el fogón grande de la cocina. Al rato, entre bromas terminan de comer y se retiran al portal de la casona a terminar las historias para luego irse a dormir, porque se paran muy temprano a realizar las jornadas del día, los grandes al trabajo, y los niños al colegio.

Ese día de abril, el niño Jesús vino corriendo de la escuela cercana a su casa, en la que estudiaba, junto a todos los varones del pueblo, que tenían su edad, 12 años, entró jadeante al gran portal en el que reposaba la familia, planificando las tareas de todos. María y José, hablaban con Jacobo, padre de José, quien escuchaba atentamente, sobre el nuevo sistema de riego que implementarían para nutrir las plantas del huerto familiar, repleto de plantas alineadas, un lugar hermoso, en el que invertían un tiempo intenso porque era su sustento económico. Las cosechas las vendían y una parte correspondía a la familia, los olivos estaban del lado derecho, las vid, del lado izquierdo, y al centro, tomates, pimientos, pepinos, entre otros.

Todos levantaron la mirada cuando Jesús entró al sitio, jadeante, dijo ¡Abuelito, abuelito Jacobito!, necesito que me ayudes, se acercó al abuelo y le miró de frente. El abuelo Jacob, le preguntó-¿en qué te puedo ayudar, querido nieto? -Me mandaron a hacer una tarea. Debo ir al mar a pescar un pez azul, ¡un pez azul!, debo tenerlo para mañana, para prepararlo y llevarlo en una pecera. Don Jacob, le acarició, el rostro y sonrío. Le dijo- ¡está bien!, ¡vamos, después de la siesta! ¡A las 3, exactamente!

Todavía con los ojitos recién despiertos por la siesta dada, Jesús, se dirigió a la playa cercana, con su abuelito Jacobito, y le tomó la mano derecha, en la otra llevaba una pequeña red que había tejido con él. Esa era una de las enseñanzas que su abuelo le había regalado, le enseñaba de agricultura sobre cómo sobrevivir en el desierto, cuáles plantas son comestibles y cuáles no, le hablaba de los espejismos que tenían los hombres al atravesar el desierto, de las noches frías que pasaron sus tatarabuelos en la larga travesía del Éxodo, del sol candente que hacía laceraciones profundas en la piel,  le hablaba del "Gran Yo Soy", cuando se reveló a Abraham, le contaba del maná al caer del cielo y de la nube inmensa que el Señor mandó a ellos para que se protegiesen de los rayos ultravioletas, le enseñaba el Salmo 119, para que aprendiera a tener plenitud con la Gran Deidad de Dios. Le hacía énfasis en que entregará su amor siempre a Dios, que le amara con todo su corazón, con su mente, con todo su ser de niño. Por todas esas cosas, Jesús amaba a su abuelo, le amaba de gran manera y su comportamiento con él era maravilloso porque le prodigaba amor.

Caminaron hacia la playa cercana, la arena brillaba como diamante, asomaban las puntitas de caracolas marinas, había una quietud reinante en el lugar, todo estaba en calma, abuelito Jacobito se sentó en la orilla de la playa con su bañador puesto, blanco de franjas azules, le dio instrucciones a su nieto, para que lanzara la red, una vez, dos veces, tres veces, n veces, los intentos fallidos, y el abuelo sonreía, al ver a su nieto sonrosado por la bella luz del sol que a esa hora estaba en su poniente más alto, 3 y media de la tarde, a lo alto, pocas nubes cirros y limbos, alcatraces, gaviotas iban y venían, pequeñas barcas a lo lejos tirando sus redes a la espera de recoger los cardúmenes completos. El mar iba y venía con estilo, como el mejor de los caminos bordados por el oleaje blanquecino en las crestas de las olas. 

Jesús continuaba su faena, lanzó la red al mar nuevamente a escasos metros de su abuelo, espero algunos minutos, respirando el olor del bendito mar, el mar de Israel, ese mar del cual estaba enamorado y que le hablaba con los regalos que le daba, haló la red lentamente, hasta que vinieron atrapados en sus cuadrados, varios peces, y fue cuando le vio, un pez azul, ¡un bello pez azul! con sus aletas envueltas en el agua, quería salir, pero, sus manos fueron más ágiles, hasta que por fin, lo atrapó y lo echó en la pequeña canasta de hilo de juncos y bambú, del que crecía a orillas del Jordán, el abuelito Jacobito, miraba, no se le escapaba ni un detalle, reía y disfrutaba feliz, viendo las peripecias de su pequeño nieto, quien sorprendido de su hazaña habilidosa, arrastraba la pequeña red con sus manos a la orilla donde estaba su abuelo, con su bañador chorreando agua, y su cuerpo que ya empezaban a mostrar la musculatura de adolescente, sonreía feliz.

Su abuelo le recibió con la mejor de las sonrisas, ¿te das cuenta?, ¡qué si puedes!, ahora vamos a casa a preparar la pecera para el pez, caminaron rápidamente, el pez iba en la canasta con un poco de agua, ¡la suficiente para vivir! Jesús, llevaba en la mano, un recipiente con agua del mar para preparar la pecera.

Llegaron a la casa, cansados y María les ofreció té frío, recién hecho con limón del huerto familiar, buscaron una vasija de barro echaron el agua y el pez, algunos trozos de algas, le conectaron una pequeña manguera para que se produjera el oxigeno en el agua, el pez empezó a nadar, lo colocaron sobre la mesa, y allí lo dejaron, cada cierto tiempo, Jesús se acercaba para ver el funcionamiento y se decía, ¡Gracias, Padre!, porque el pececito vive, y así podré cumplir con mi tarea.

Al día siguiente, la familia se levantó y corrieron todos a ver el pez azul, y tenía dos acompañantes, dos bellos pececitos en miniatura, acompañaban al grande, el grupo empezó a danzar y a cantar, dando gracias a Dios, por ese milagro.
Jesús, se bañó, se vistió y se fue a la escuela, su padre, José, le acompañó hasta la puerta del salón de clases, y se acercó a saludar al maestro que estaba sentado en una silla giratoria, los niños entraron al salón de clases, y José se marchó, le dejó a Jesús el almuerzo y unas monedas para comprar chucherías a la hora del receso.

Al iniciar la clase, uno a uno, fue contando su experiencia para atrapar los peces. Al iniciar, Jesús, su narración, un halo de luz inundó la sala, el niño prosiguió con su relato, y todos le aplaudieron, porque su pez se había multiplicado, al cerrar su exposición, el maestro, le evaluó y sacó 10 puntos, la máxima nota, Jesús, agradeció a todos por lo que había aprendido. 

Al finalizar la jornada del día, los niños salieron en tropel, y afuera, estaban sus familiares esperando por ellos, el abuelito Jacobito, esperaba entre la multitud a su nieto, lo vio salir del salón con dos compañeritos, se dirigieron a su abuelo, y le dijo ¡abuelito Jacobito!, ¡Gracias, por enseñarme a pescar! ¡Te amo, abuelito!. Las peceras fueron devueltas para que los peces volvieran al mar, ¡los que lograron sobrevivir! y los pececitos azules estaban todavía vivos, fueron corriendo al mar y los echaron nuevamente en él. 

Jesús, con sus amiguitos y el abuelo, regresaron a sus casas a descansar, luego del trabajo realizado, contándoles a sus padres lo que habían vivido, unas experiencias inolvidables.



domingo, 21 de julio de 2013

CONCUENTOS.BLOGS.COM: UN CUENTO PARA CAUTIVAR...AL NIÑO, BO LÁREZ...

CONCUENTOS.BLOGS.COM: UN CUENTO PARA CAUTIVAR...AL NIÑO, BO LÁREZ...: AL NIÑO, BO LÁREZ by// Damelys María Martínez Rosillo Bo, así le llamaban sus amigos, de niño era un gran hombre que soñaba con est...

UN CUENTO PARA CAUTIVAR...AL NIÑO, BO LÁREZ...

AL NIÑO, BO LÁREZ
by// Damelys María Martínez Rosillo


Bo, así le llamaban sus amigos, de niño era un gran hombre que soñaba con estudiar medicina, pero la vida, le mostró otro camino, el de la química. Era el tercero de su gran familia. Soñaba que sería un gran pelotero, y fue un excelente arrimador en las bolas criollas. 

Una vez, hizo un papagayo y lo amarró a una pelota con hilos, lo voló tan alto que se le escapó de sus manitas pequeñas, adoloridas de tanto trabajar en la salina y, de buscar leña para su abuela. Al soltarlo, fue a parar lejos, corrío veloz para encaramarse en la pared de la vecina y así alcanzar el hilo que pendía de la mata de mango que estaba cerca del paredón y poder seguir con su juego elevando el papagayo, lo más alto posible, en ese sueño, se le escapaban suspiros de amor, hacia una amiguita que tenía en el colegio, llamada Rosita, a quien Bo, amó en secreto. 

A veces, se escapaba con su rin de bicicleta y su palito envarillado que sostenía rodándolo por todo el centro de la calle Rafael, en pleno chaparrón. Hacía hermosas piruetas con sus pies audaces, llenos de callos de andar descalzo, y su pantalón roído con un nudo en la cintura, se le caía a veces, de su estrecha cintura. 

Era muy delgado y pequeño para su edad, de tanto comer tamarindo con azúcar, bolítas de coco, arroz con coco y bananos enanos, prefería comer eso, antes que la sardina frita con arepa, que seguro encontraba en el fogón a cada regreso de la escuela.

 Bo, era un niño muy alegre, a todos contagiaba con su alegría, jugaba beisbol para su equipo escolar. Una vez metió un jonrón, que fue a parar a casa de su amigo, Marcos la Rosa, y  rompió los vidrios de la ventana de su casa, su abuela Rita, tuvo que pagar la rotura. Tenía una mirada desafíante, que despertaba pasión en las carreras que daba. A veces, cuando hacía no hit, no rum, sus compañeros lo levantaban, hacían un círculo que lo rodaba a él y él al círculo, por todo el estadio, y así, lo llevaban cargado hasta su casa, mientras él, sonreía feliz.

Bo, amaba mojarse con la lluvia, cuando llovía, llamaba a todos sus compañeritos para correr con los aros de bicicleta por toda la calle principal, porque le encantaba verse sumergido hasta la cintura en esas alcantarillas llenas de agua viva, a veces, tenían peces que se escapaban del mar cercano, por el mar de eleva que hacía, ellos dejaban a un lado, los aros y con los palitos ensartaban las anchoas, las sardinas, las lisas y los tajalíes que encontraban por el camino, se los metían en los bolsillos y luego se aparecían en sus casas con la cena fresca.

 En días de sol, aprovechaba para ir a la salina que quedaba en las afueras de su pueblo, una sabana salada, que en vez de hierba tenía una capa de sal abrillantada que resplandecía como bellos diamantes en pleno mediodía. Allí, trabajaba y ayudaba a las señoras que le pagaban medio real, por su trabajo, o le daban un pescado frito con una arepa y tajadas fritas, con aguacate morado, el mejor que hay en las tierras playeras.

La niñez de Bo, transcurría entre ir a la escuela, los paseos a la playa, a buscar mejillones, guacucos y chipichipes que luego los preparaban guisados. En ese tiempo, esas eran las cajitas felices de los niños. Tenía otros juguetes que compartía con sus amigos de la cuadra, los trompos, el boliche, el currufío, las metras o pichas como le llamaban, a las canicas de vidrios que vendían a locha, en la mayoría de las bodegas del pueblo.

Una tarde lluviosa, del mes de agosto, próximo al cumpleaños número 13 de Bo, cayó un aguacero hermoso, que trajo, una gran feria al pueblo, vendían, un cono con una bolita arriba, llamados "barquillas", un algodón blanco y rosado acaramelado que colocaban en un pequeño pañuelo de papel que se deshacía en la boca con solo pegarle un suave mordisco,  y muchas cosas más. 
Los atractivos de la feria eran los trapecistas que danzaban en las alturas con unas cuerdas aseguradas en el techo, vestidos con trajes brillantes, y los animales, monos, leones dentro de las jaulas, en una había un tigre sable con los colmillos tan afilados que medían 25 centímétros, sobresalían de sus maxilares.

Bo, al observar esa notoriedad tan multivariada, pensó en irse con los trapecistas para cuidar a los tigres sables y aprovechar en comer todo el algodón que quisiera, le planteó la idea a su abuela, muy serio, y, le dijo: _¡ abuelita, quisiera irme a trabajar en ese circo!_ La abuela no lo pensó dos veces, agarró, una rama de tamarindo, le quitó las hojas, y le dijo, ¡ah, con que esas tenemos!, que el mozo se quiere ir, ¿a dónde vas a ir, si no tienes un título, si, apenas eres un niño de 12 años?, le respondió, preguntándole a la vez. Y le enseñaba el chaparro. Èl, le respondió con respeto y humildad: ¡Si, abuela!, tienes razón, ¡cuando sea grande, que ya tenga como trabajar, me iré de casa.!

Asi, Bo, inicia sus estudios en el gran liceo de la ciudad, conoció cada una de las asignaturas que le presentaban, se esmeró en estudiar, durante sus cinco años de bachillerato, ya, no jugaba baseboll, ni corría con el aro de bicicleta, ni se bañaba con la lluvia, ni jugaba papagayos, sólo pensaba en estudiar, y hacerlo lo mejor posible.

Más adelante, el joven Bo, estudiaría Química, y prepararía a los mejores médicos que pasarían por sus manos, les enseñaba tanto, el origen de la química, la alquimia, que sus alumnos quedaban sorprendidos de su gran sabiduría, porque todo él era un compendio de ciencias, desde la matemáticas con su exactitud, hasta las ciencias naturales, la bioética, la biología, la físico química, la química analítica y pare usted de contar.
Bo, ya hombre tuvo, grandes amigos y una hermosa familia que dejó para ir a encontrarse con Papá Dios, para seguir jugando en el cielo. Su alma era como la de un niño.