JESÚS Y SU ABUELO JACOBITO
UN CUENTO DE NAVIDAD
By//DamelysMaríaMartínezRosillo
Jacob es un anciano que vive en Nazaret.
Su sabiduría es hermosa, todos sus nietos lo llaman "papa bue", pero,
su último nieto, Jesús, lo llama "abuelito Jacobito", por esa razón,
Don Jacob, guarda un aprecio profundo hacia él y le enseña a vivir para la
vida. Los niños a la hora de la cena, se sientan en una larga mesa alumbrada
con siete velas hermosas que nunca se apagan, siempre están encendidas con un
tenue olor a mirra e incienso silvestre.
La familia disfruta cobijada bajo el
suave calor que brota de la chimenea, ubicada en el gran salón de la casa,
hecha con barro de arcilla rojiza, contrastando con el blanco perla de las
paredes. Comen entre grandes anécdotas relatadas por José y Jacob. Los niños
oyen atentamente las historias, mientras los pequeños bocados deleitan sus
paladares con carne asada en vara, y vegetales horneados en el fogón grande de
la cocina. Al rato, entre bromas terminan de comer y se retiran al portal de la
casona a terminar las historias para luego irse a dormir, porque se paran muy
temprano a realizar las jornadas del día, los grandes al trabajo, y los niños
al colegio.
Ese día de abril, el niño Jesús vino
corriendo de la escuela cercana a su casa, en la que estudiaba, junto a todos
los varones del pueblo, que tenían su edad, 12 años, entró jadeante al gran
portal en el que reposaba la familia, planificando las tareas de todos. María y
José, hablaban con Jacobo, padre de José, quien escuchaba atentamente, sobre el
nuevo sistema de riego que implementarían para nutrir las plantas del huerto
familiar, repleto de plantas alineadas, un lugar hermoso, en el que invertían
un tiempo intenso porque era su sustento económico. Las cosechas las vendían y
una parte correspondía a la familia, los olivos estaban del lado derecho, las
vid, del lado izquierdo, y al centro, tomates, pimientos, pepinos, entre otros.
Todos levantaron la mirada cuando Jesús
entró al sitio, jadeante, dijo ¡Abuelito, abuelito Jacobito!, necesito que me
ayudes, se acercó al abuelo y le miró de frente. El abuelo Jacob, le
preguntó-¿en qué te puedo ayudar, querido nieto? -Me mandaron a hacer una tarea. Debo ir al
mar a pescar un pez azul, ¡un pez azul!, debo tenerlo para mañana, para
prepararlo y llevarlo en una pecera. Don Jacob, le acarició, el rostro y sonrío. Le dijo- ¡está bien!, ¡vamos, después de la siesta! ¡A las 3,
exactamente!
Todavía con los ojitos recién despiertos
por la siesta dada, Jesús, se dirigió a la playa cercana, con su abuelito Jacobito,
y le tomó la mano derecha, en la otra llevaba una pequeña red que había tejido
con él. Esa era una de las enseñanzas que su abuelo le había regalado, le
enseñaba de agricultura sobre cómo sobrevivir en el desierto, cuáles plantas son comestibles y cuáles no, le hablaba de los espejismos que tenían los hombres al
atravesar el desierto, de las noches frías que pasaron sus tatarabuelos en la
larga travesía del Éxodo, del sol candente que hacía laceraciones profundas en
la piel, le hablaba del "Gran Yo Soy", cuando se reveló a
Abraham, le contaba del maná al caer del cielo y de la nube inmensa que el
Señor mandó a ellos para que se protegiesen de los rayos ultravioletas, le
enseñaba el Salmo 119, para que aprendiera a tener plenitud con la Gran Deidad
de Dios. Le hacía énfasis en que entregará su amor siempre a Dios, que le amara
con todo su corazón, con su mente, con todo su ser de niño. Por todas esas
cosas, Jesús amaba a su abuelo, le amaba de gran manera y su comportamiento con
él era maravilloso porque le prodigaba amor.
Caminaron hacia la playa cercana, la
arena brillaba como diamante, asomaban las puntitas de caracolas marinas,
había una quietud reinante en el lugar, todo estaba en calma, abuelito Jacobito
se sentó en la orilla de la playa con su bañador puesto, blanco de franjas
azules, le dio instrucciones a su nieto, para que lanzara la red, una vez, dos
veces, tres veces, n veces, los intentos fallidos, y el abuelo sonreía, al ver
a su nieto sonrosado por la bella luz del sol que a esa hora estaba en su
poniente más alto, 3 y media de la tarde, a lo alto, pocas nubes cirros y
limbos, alcatraces, gaviotas iban y venían, pequeñas barcas a lo lejos tirando
sus redes a la espera de recoger los cardúmenes completos. El mar iba y venía
con estilo, como el mejor de los caminos bordados por el oleaje blanquecino en
las crestas de las olas.
Jesús continuaba su faena, lanzó la red
al mar nuevamente a escasos metros de su abuelo, espero algunos minutos,
respirando el olor del bendito mar, el mar de Israel, ese mar del cual estaba
enamorado y que le hablaba con los regalos que le daba, haló la red lentamente,
hasta que vinieron atrapados en sus cuadrados, varios peces, y fue cuando le
vio, un pez azul, ¡un bello pez azul! con sus aletas envueltas en el agua,
quería salir, pero, sus manos fueron más ágiles, hasta que por fin, lo atrapó y
lo echó en la pequeña canasta de hilo de juncos y bambú, del que crecía a
orillas del Jordán, el abuelito Jacobito, miraba, no se le escapaba ni un
detalle, reía y disfrutaba feliz, viendo las peripecias de su pequeño nieto,
quien sorprendido de su hazaña habilidosa, arrastraba la pequeña red con sus
manos a la orilla donde estaba su abuelo, con su bañador chorreando agua, y su
cuerpo que ya empezaban a mostrar la musculatura de adolescente, sonreía feliz.
Su abuelo le recibió con la mejor de las
sonrisas, ¿te das cuenta?, ¡qué si puedes!, ahora vamos a casa a preparar la
pecera para el pez, caminaron rápidamente, el pez iba en la canasta con un poco
de agua, ¡la suficiente para vivir! Jesús, llevaba en la mano, un recipiente
con agua del mar para preparar la pecera.
Llegaron a la casa, cansados y María les
ofreció té frío, recién hecho con limón del huerto familiar, buscaron una
vasija de barro echaron el agua y el pez, algunos trozos de algas, le
conectaron una pequeña manguera para que se produjera el oxigeno en el agua, el
pez empezó a nadar, lo colocaron sobre la mesa, y allí lo dejaron, cada cierto
tiempo, Jesús se acercaba para ver el funcionamiento y se decía, ¡Gracias,
Padre!, porque el pececito vive, y así podré cumplir con mi tarea.
Al día siguiente, la familia se levantó
y corrieron todos a ver el pez azul, y tenía dos acompañantes, dos bellos
pececitos en miniatura, acompañaban al grande, el grupo empezó a danzar y a
cantar, dando gracias a Dios, por ese milagro.
Jesús, se bañó, se vistió y se fue a la
escuela, su padre, José, le acompañó hasta la puerta del salón de clases, y se
acercó a saludar al maestro que estaba sentado en una silla giratoria, los
niños entraron al salón de clases, y José se marchó, le dejó a Jesús el
almuerzo y unas monedas para comprar chucherías a la hora del receso.
Al iniciar la clase, uno a uno, fue
contando su experiencia para atrapar los peces. Al iniciar, Jesús, su
narración, un halo de luz inundó la sala, el niño prosiguió con su relato, y
todos le aplaudieron, porque su pez se había multiplicado, al cerrar su
exposición, el maestro, le evaluó y sacó 10 puntos, la máxima nota, Jesús,
agradeció a todos por lo que había aprendido.
Al finalizar la jornada del día, los
niños salieron en tropel, y afuera, estaban sus familiares esperando por ellos,
el abuelito Jacobito, esperaba entre la multitud a su nieto, lo vio salir del
salón con dos compañeritos, se dirigieron a su abuelo, y le dijo ¡abuelito
Jacobito!, ¡Gracias, por enseñarme a pescar! ¡Te amo, abuelito!. Las peceras
fueron devueltas para que los peces volvieran al mar, ¡los que lograron
sobrevivir! y los pececitos azules estaban todavía vivos, fueron corriendo al
mar y los echaron nuevamente en él.
Jesús, con sus amiguitos y el abuelo,
regresaron a sus casas a descansar, luego del trabajo realizado, contándoles a
sus padres lo que habían vivido, unas experiencias inolvidables.